¿LA GENIALIDAD DE LA OBRA EXCULPA AL HOMBRE, AL ARTISTA QUE HAY TRAS ELLA SI ACTÚA COMO UN CANALLA? -Juan Francisco Quevedo

¿LA GENIALIDAD DE LA OBRA EXCULPA AL HOMBRE, AL ARTISTA QUE HAY TRAS ELLA SI ACTÚA COMO UN CANALLA?

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¿LA GENIALIDAD DE LA OBRA EXCULPA AL HOMBRE, AL ARTISTA QUE HAY TRAS ELLA SI ACTÚA COMO UN CANALLA?

Cuando el artista es un canalla que realiza actos y acciones éticamente reprobables, es lícito plantearse las siguientes preguntas: ¿Con qué nos quedamos? ¿Con la obra o con el artista?

¿Acaso esa unión aparentemente indisoluble entre obra y autor, entre el canalla-creador y el arte, justifica cualquier tropelía?

Claro que hablo de arte y artistas con mayúsculas, no me refiero a esa especie que tanto abunda que por el hecho de ser unos canallas se creen ungidos por las musas artísticas y no son más que virtuosos del chisme, con cierta postura de poeta maldito. No, no estoy hablando de esos artistas desconocidos que creen ser los más famosos del mundo. No, a esos no me refiero; es como si diéramos el marchamo de científico a aquellos que por estar locos se creen grandes investigadores. No, no me refiero a esos, me refiero a aquellos que han hecho verdaderos prodigios en alguna de las muchas y variadas disciplinas artísticas y son o han sido unos auténticos canallas. No me refiero a esos canallas que formaron en las multitudinarias filas de las grandes promesas de su tiempo y que pasaron a dormir el sueño eterno del olvido.

En estos tiempos en los que todo se sabe y poco se perdona, el movimiento Me too-Yo también- ha puesto de relieve el abuso sistemático que existe desde tiempos inmemoriales en las distintas disciplinas artísticas con la aquiescencia y el mirar hacia otro lado de no pocos admiradores del canalla en cuestión. Parecía que era el tributo a pagar para poder aspirar a algo. Por supuesto, esta práctica inmoral siempre se ceba con los más débiles, muy especialmente con las mujeres y no porque la mujer sea un ser especialmente frágil sino porque la sociedad la ha relegado sistemáticamente al último peldaño.

¿Acaso el valor de la obra de estos grandes personajes les exime de cualquier culpa de tal manera que sus deplorables acciones queden tapadas por ella?

¿Podemos separar al canalla de su obra para centrarnos en el legado artístico y mandar al ostracismo al bellaco que se esconde tras el pincel, la pluma, la cámara o el buril?

Es un dilema moral grave.

Parece que siempre se tiende a resolver estas cuestiones a favor del artista, por muy miserables que hayan sido sus actos, y cualquiera con un mínimo de sentido común, ese que tan poco común es, se percata de la injusticia que se comete en nombre del arte.

¿Estoy equivocado? Quizás, pero la realidad es la que es, que la sociedad ejerce su acción punitiva de una manera muy discriminatoria. Castiga y carga contra aquellos que cometen las mismas acciones que aquellos a los que aplaude cuando presentan una película, realizan una exposición o presentan un libro. Y desde ese mundillo intelectual, desde las corrientes que genera, se suele callar, cuando no obviar. O aparentar una distancia comprensiva.

Los nombres de canallas actuales todos los tenemos en mente; al menos los de algunos más notorios que no es cuestión de enumerar porque estas palabras van encaminadas más a la reflexión que a la acusación. Por ello, sí me gustaría acudir a la historia del arte y recordar a uno de esos canallas que fue y es considerado un artista divino por sus enormes habilidades, por sus dotes para el virtuosismo escultórico.

Veamos a este canalla divino, un poco lejano en el tiempo pero que, a pesar de no ser comparables las acciones, nos puede remitir a los que tenemos en mente. Es uno de estos personajes del Renacimiento italiano, donde habitaron verdaderos paradigmas de esa disociación psicótica entre el artista y la persona. Pero de entre todos los que hubo, el que pudiera erigirse como auténtico paradigma de la cualidad de ser un canalla es Cellini, Benvenuto Cellini, aquel discípulo de Miguel Ángel del que dijera el maestro que era “el mejor orfebre de todos los tiempos”. Bien es cierto que el propio Cellini en su celebrada autobiografía da buena cuenta de ello, ocultando lo que a continuación decía el autor del “Moisés”: “excelso haciendo las cosas menudas, no había sabido hacer las grandes”. Sin duda, el maestro nunca llegó a ver el “Perseo” o la Diana cazadora que aparece en la “Ninfa de Fontainebleau”  ya que de haberlo hecho hubiera cambiado de opinión.

Por cierto, en la elaboración de esta Ninfa no pudo menos que dejar constancia de su carácter intemperante y de su perversidad. En aquel tiempo de estancia en Francia, Cellini tenía como modelo a Catalina, una francesa que no tardaría en convertir en su amante. Dice de ella en sus memorias: “Además, siendo hombre, como soy, la utilizaba para la cama”. Pero el vanidoso Cellini no contaba con que su contable, otro florentino, le pusiera los cuernos con la joven francesa cada vez que se ausentaba. Pagolo, que así se llamaba el infeliz, hubo de probar la bellaquería y el genio, malo, del genio. Al conocer lo que consideraba un agravio, Cellini, acompañado por unos matones y con la punta de la espada puesta en el cuello de su compatriota, sacó al pobre ayudante promesa de matrimonio con la infortunada modelo, por lo que sin tardanza hubo de desposarse.

No contento con haber forzado ese matrimonio, obligó a Catalina a posar para la escultura en una postura incómoda donde las haya, abrazando a un ciervo. A medida que Cellini avanzaba en su Ninfa cada día eran más llamativos y prominentes los cuernos que iba poniendo al animal. Digamos que en esa alegoría extraña, Cellini se mofaba de los cuernos del marido de su amante y a ésta, la hacía posar desnuda durante horas de una manera que rozaba el sadismo.

No eran baladís las tropelías de Cellini que iban desde el asesinato, sin el menor cargo de conciencia, llegando incluso a jactarse de ello, a las palizas y a todo tipo de bajezas, más propias de un demente que de un hombre, artista o no.

Cellini no sólo fue un canalla sin ningún remordimiento en su vida y en sus actos perversos sino que además se vanagloriaba de ellos; no hay más que leer su autobiografía, tan difundida y a cuya fama tanto contribuyó el traductor que tuvo al alemán, Goethe. Éste, por otro lado, y yendo al meollo de la cuestión, tanto disculpó la conducta del hombre por la admiración que sentía hacia su obra.

No nos costará mucho imaginarnos a multitud de escritores, pintores, escultores, cineastas y un largo etcétera de artistas que pese a su misoginia, a su pedofilia, a su perversidad moral y ética, son salvados de las garras de la vergüenza a la que cualquier otro que cometiera sus mismos desmanes estaría abocado.

Y no sólo podríamos hablar de Cellini; ahí está el excelso escultor Leone Leoni, uno de los mayores canallas que hayan existido dentro del mundo artístico y que pese a sus agresiones, asesinatos, robos, estafas y todo un rosario de formas de delinquir siempre fue redimido de sus culpas, sin que expresara ni realizara el menor acto de arrepentimiento, gracias a esas maravillosas manos que tenía. Una de ellas estuvo a punto de perderla; sólo la conmutación de la pena cuando ya tenía la condena dictada, por ser el artista que era, evitó que se la cercenaran. Sólo siete años después del perdón pudo cincelar la grandiosa escultura del emperador Carlos I que podemos contemplar en el Museo del Prado, “El emperador con el furor a sus pies”.  Eso por no hablar de Miguel Ángel Merisi, de Caravaggio, que aún nos contempla en ese magnífico autorretrato, desde la cabeza del Goliath que sostiene David en su mano, y un sinfín de genios capaces de ejecutar grandes obras que les valían tanto como una bula papal. No es una exageración; y si no que se lo pregunten a Benvenuto Cellini, a quien el Papa Paulo III permitió que burlase tanto a la ley como a los tribunales tras haber asesinado en 1534 a un orfebre que le hacía la competencia; el infeliz se llamaba Pompeo de Capitaneis.

Hoy es más actual que nunca aquella sentencia que se atribuye al Papa, refiriéndose a Cellini: “Hombres como Benvenuto, únicos en su profesión, están por encima de la ley”.

Quizás habría que cambiar el final para hacerla más precisa. Y mucho más cínica. Quizás, de haber vivido Paulo III en estos tiempos de corrección extrema, diría algo así: “Los artistas geniales, únicos en su profesión, están por encima del bien y del mal”.

Juan Francisco Quevedo

Ninfa de FontainebleauCellini

 

 

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2 respuestas a ¿LA GENIALIDAD DE LA OBRA EXCULPA AL HOMBRE, AL ARTISTA QUE HAY TRAS ELLA SI ACTÚA COMO UN CANALLA? -Juan Francisco Quevedo

  1. Un tema excelentemente tratado, amigo Juan Francisco. ¡Difícil me lo ponéis…!

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