JULIO GONZÁLEZ ALONSO RUIDO DE ÁNGELES-Juan Francisco Quevedo

JULIO GONZÁLEZ ALONSO

RUIDO DE ÁNGELES (EDICIONES VITRUVIO, 2020)

Nos llega el poeta Julio González Alonso con su “Ruido de ángeles” bajo el brazo. Sin duda, un regalo para los lectores de poesía. Tras el inmejorable sabor de boca que nos dejó “Lucernarios” esperábamos ansiosos esta nueva incursión del autor en el mundo editorial. Y no defrauda, bien al contrario nos ratifica en lo que pensábamos, estamos ante un poeta de un lirismo impecable, de un dominio del verso magnífico que hace del poema una aventura rítmica fascinante. Nos reconcilia ya no con una manera de entender la poesía sino con ella en sí misma.

Cuando los ángeles se congregan por millones, no lo hacen para llorar, se reúnen en torno al trono del dios de la poesía. Y, válgame el cielo, con su ruido vaya si se hacen notar.

“De los justos” es el título de la primera parte del libro; se abre con un poema alegórico contra la violencia de nuestros actos como especie, de esos tiempos que surgen “cuando entregasteis la paz a las espadas”. Es decir, de cualquier tiempo. Julio González Alonso mira al pasado con la intención de evidenciar la injusticia del presente, nos transporta a unos años intemperantes por los que se desangra la historia de los pueblos. Lo hace con los aromas que nos traen las guerras, donde el olor del incienso se transmuta por el de la pólvora. En ese terrible contexto, el hedor que provoca la muerte se entremezcla con las oraciones de los que matan, de los que se refugian en ellas para justificar la barbarie.

“Hoy sabes

que ha llegado para quedarse la tristeza,

el exilio, la angustia, el miedo en las entrañas;

los campos yermos dejan pasar el viento

de los sirios que huyen

sin mirar atrás.

Damasco se ha sumado

a las ciudades que arden”.

Con el nombre de una mujer, Ruqia Hassan, se abre un poema estremecedor que da cuenta de la crueldad criminal que se puede llegar a ejercer en nombre de cualquier dios. Un mundo que calla y permanece ciego avala en cierta manera la ignominia que nos invade y que se justifica en el silencio. Nada se esconde a la mirada dolorida del poeta; como en una letanía interminable maldice cualquier violencia que se ejerza en nombre de la costumbre, como la que se practica contra esas niñas a las que se mutila salvajemente a la vez que se las cercena el futuro.

En un poema desalentador nos remueve y sacude la conciencia al desenmascarar a los exégetas de todos los tiempos. Viajan a través de los siglos devastando con sus ideas y con sus manos lo que va quedando de un mundo que agoniza entre el ruido asombrado y entristecido de unos ángeles que “se miran confundidos”.

“Oigo ruido de ángeles;

las ciudades, mientras tanto, arden en guerra,

la misma guerra por los siglos de los siglos;

los mismos muertos

a manos de los mismos asesinos”

La segunda parte se titula “La vida me mira”. “Carta” es su primer poema; un diálogo inacabado, tanto como el mundo, que siempre existirá mientras haya un ser con conciencia en la tierra: los sueños incumplidos, los razonamientos sin una respuesta precisa o la vida que nos mira mientras nos llega “la hora de marchar”. Progresa el libro con un canto alegre, una invitación a la vida y a su disfrute.

“Que este dolor sea el último. Abre al día

los ojos

y los colores tendidos por los montes; el canto de los pájaros

te acompaña y te esperan las sonrisas

en ramos de ilusiones”

En esta parte quizás, más que a reconciliarnos con la vida, invita a los lectores a reconciliarse consigo mismos. Incita a que nos agarremos a la existencia con calma, con la quietud debida para poder degustarla en toda su extensión y con total plenitud.

“Hoy te quiero y te nombro, pongo al amor palabras

que habitan los jardines de la melancolía

como habitan la lluvia las gotas de los versos”.

Julio González Alonso mantiene a lo largo del libro un tono poético de un lirismo encendido, una poesía que se saborea con el regusto que deja en el fondo del paladar lo clásico. Estamos ante un poeta que no necesita suscribirse a ninguna otra tendencia que aquella en la que ya milita, la de la buena poesía. Desde ella derrama emociones y expresa, con palabras que adquieren sentidos impensados, sentimientos que nos desbordan.

“Detrás

vendrán los otros con el olvido

anudando en palabras de campanas

de solitarios toques,

lejanía

en la ira de los años abrumados de presagios,

pétalos de una rosa

enhiesta en su tallo contra el cierzo”.

La tercera parte del libro es “Compromisos”, una reflexión personal y llena de matices sobre uno de los temas que más ha interesado a los poetas, el paso del tiempo. Nos enseña “el color de sonrisas apagadas/en las fotografías, /las cartas escritas a mano”.

No obstante, no es solo una actitud contemplativa ante lo inevitable, es a su vez una rebelión contra lo que sucede, ante las continuas repeticiones de maldades. Mira a los ojos de una patria que se desangra y llora en ese pesar común: “Echa tierra a mis ojos, /que no alcancen mis hijos a ver tanta desgracia”.

La cuarta y última parte de este “Ruido de ángeles” lleva por título “Las otras inocencias”. Comienza con el poema “La casa vacía”, una composición memorable y conmovedora en la que el poeta hace un paralelismo bellísimo con el envejecer, con el paso del tiempo que nos conduce a la muerte, y con la tristeza y desolación que acompaña a una casa cuando se la va despojando de todo lo que la ha dado sentido, los libros, los cuadros… “Salieron los libros. En cajas como almacenes de letras fueron amontonados/y las estanterías ofrecen su vientre vacío al aire, /materia de la nada, oquedades estériles en la estancia silenciosa”.

Siguen cuajando poemas maravillosos donde los ángeles parecen abandonar a un hombre que se entrega al suicidio de su yo, alter ego de la especie, un hombre que presiente “una rebeldía en las persianas bajadas” y que vuelve los ojos a su tierra leonesa. En ella llora la muerte, entre las montañas de la mina.

“… No vendrá

nunca más; por el sendero estrecho del monte

se perdieron sus pisadas. El abrazo gigante

de oso verde y negro te robó su abrazo

en lo obscuro de los carbones de la mina”.

Continuamos la lectura de los poemas sin que estos pierdan un ápice de intensidad y frescura, con la autenticidad que nos traslada la verdad poética cuando va acompañada de belleza.

“Así y con una sonrisa firmó su finiquito;

la llamaron los suyos

y a ellos fue;

feliz como la niña que corre a los abrazos

y fue en paz

el último suspiro

del postrer aliento

el último anhelo”.

El libro se cierra con un poema esperanzador donde la voz poética le pide a ese ángel, que puede no ser más que otro yo que convive con nosotros, que le proporcione aquello que todos ansiamos, un poco de felicidad.

“Deja, ángel mío, que la noche pase;

del día dame el sol en la mañana,

dame para el amor cárcel de besos,

para mi libertada dame tus alas”.

En la lectura, nos aproximamos a un poeta que domina el verso y su cadencia, que dota a los poemas de una sonoridad expresiva de lo más atrayente para el lector. Estamos ante un poeta que controla a la perfección las armas del lenguaje poético, que conoce a los clásicos, que domina los metros y que posee, además, lo más difícil, ya que no se adquiere con el conocimiento, inspiración y sensibilidad. Leer a Julio González Alonso, al estudioso cervantino, al poeta excelso, es jugar con trampas, ya que jugamos con las cartas marcadas. Convierte a los lectores en tahúres del verso.

Nos llega este nuevo libro cuando el poeta se halla en un momento inmejorable de plenitud creativa. Desde sus versos, nos llama e increpa desde ese cielo donde reside la palabra precisa con un incesante “Ruido de ángeles”.

Juan Francisco Quevedo

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5 respuestas a JULIO GONZÁLEZ ALONSO RUIDO DE ÁNGELES-Juan Francisco Quevedo

  1. Reblogueó esto en Lucernariosy comentado:
    Un libro es bueno si tiene buenos lectores y, en el caso del último publicado de mi autoría tras «Testimonio de la desnudez» y «Lucernarios», éste de «Ruido de ángeles» (Ed. Vitruvio,.-Madrid, 2020), ha tenido la inmensa fortuna de gozar de la lectura de un inmejorable lector, el escritor y poeta Juan Francisco Quevedo. De cuanto dice en su artículo para le diario Alerta, de Santander, sólo puedo decir que ha sabido penetrar en el sentido y finalidad de los poemas como el experto cirujano abre, muestra y cura en la herida. Y que le quedo muy agradecido por este gesto altruista y amigo.

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  2. J. J. Martínez Ferreiro dijo:

    NORABOA, Julio y Quevedo, por este magnífico artículo sobre “Ruido de Ángeles”.
    De aquí a la gloria ya te queda poco.

    Abrazos y salud.

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  3. No cabe más que agradecimiento por la forma de abordar los poemas de «Ruido de ángeles» en este artículo tuyo y en tu casa, amén de la difusión a través del diario Alerta de Santander. Formar parte de la nómina de autores que tienen acogida en tu blog o cuaderno es, sin ningún género de duda, un honor que me haces y un orgullo indisimulado. Amigo Juan Francisco, mil gracias y un gran abrazo. Gracias por todo tu trabajo creativo y crítico a favor de la Literatura y la Cultura en todas sus facetas, y gracias por dejarme formar parte de tu mundo.
    Salud.

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