LA REINA QUE ARMÓ EL BELÉN-Juan Francisco Quevedo

El BELÉN, CARLOS III Y LA REINA DE NÁPOLES

LA REINA QUE ARMÓ EL BELÉN

“Esta es la curiosa historia de cómo se popularizó el Belén en este país…”

María Amalia de Sajonia, la princesa designada como esposa para el futuro Carlos III por los padres de éste, Felipe V e Isabel de Farnesio, tiene tan solo trece años cuando se celebran los esponsales, pero a pesar de su edad es ya una mujer núbil, por lo que inmediatamente los nuevos cónyuges pueden consumar. El disciplinado y muy emocionado Carlos prestamente comunica a sus padres por carta la feliz coyunda, no ahorrándose detalles, incluidos los más íntimos:

“…enseguida estuve listo y al cabo de un cuarto de hora la rompí. Desde entonces, lo hemos hecho dos veces por noche…”

Carlos y María Amalia de Sajonia habían sido muy felices durante sus años de reinado en Nápoles, donde contribuyeron al desarrollo cultural y artístico del lugar con importantes aportaciones. El rey favoreció las primeras excavaciones arqueológicas cuando se descubrieron los restos de las viejas ciudades romanas de Pompeya y Herculano, donde presenció personalmente la aparición del templo de Júpiter. Después de las ruinas de Herculano, afloraron las de Pompeya, comprando el rey inmediatamente todos los terrenos para facilitar las excavaciones.

Así mismo, construyó el hermoso teatro de San Carlos, templo musical de la época, a pesar de su aversión por esta disciplina artística. Andando el tiempo, y a la muerte de Fernando VI, hermanastro de Carlos, éste hereda la corona española por lo que hubieron de trasladarse a España con gran pena, abandonando Nápoles, donde habían sido tan felices. Nada más llegar tuvo oportunidad de demostrar su poca inclinación hacia el canto. En España Farinelli, el divino castrati, había enamorado con su voz tanto a Felipe V como a Fernando VI. Carlos III, no muy inclinado a gozar con y de la música llegó a comentar, en un exceso cruel, que a él “los capones sólo le gustaban en la mesa”. El divino maestro se marchará a sus posesiones de Bolonia donde vivirá hasta su muerte admirado e idolatrado.

Mª Amalia de Sajonia nunca gozó de muy buen carácter para disgusto, sobre todo, de las damas de honor que se movían a su alrededor, a las que llegó a maltratar dándoles algún que otro cachete. Llegó a España desde Nápoles, dispuesta a reinar con muy pocas ganas, con un rey que la amaba profundamente, unos cuantos hijos, entre los que se encontraba el que sería Carlos IV, con varias cajas de cigarros habanos–le calmaban los nervios- y con la decisión firme de montar un Belén en Palacio, tal y como era habitual en Nápoles.

No sabía que lo que se conocería como el “Belén del príncipe”-en honor del futuro Carlos IV- sería el germen para que la tradición del Nacimiento se extendiese, primero entre los nobles y casi inmediatamente entre el pueblo.

Se puede decir, por tanto, que los nuevos monarcas fueron los artífices de la popularización del Belén en España. Además, contribuyeron a extender otro vicio nacional: ambos mostraban una gran adicción al tabaco, especialmente la reina, y hacían que desde América les remitiesen grandes partidas de estas hebras que componían los habanos. Consta-sirva como anécdota costumbrista- que la reina, al trasladarse a España para ceñirse la corona, además de gran cantidad de tabaco y el Belén, trajo consigo un cantidad ínfima de ropa interior, sin duda por la usanza existente entre la clase alta de cambiarse solamente una vez al mes. Toda la peste maloliente se solucionaba con afeites, perfumes y material de arrebolamiento. ¡Qué sería del populacho!

Mª Amalia de Sajonia era una mujer quejosa y protestona, difícil de sobrellevar. Ya se había mostrado así en Nápoles pero, en Madrid, ciudad que detestaba, se exacerbó su caprichoso y mal carácter, menos mal que, de cuando en cuando, con un buen puro habano lo sobrellevaba. Y si no, la caza era otro de sus tónicos relajantes.

Pero volvamos a lo nuestro, María Amalia de Sajonia, nada más llegar de Nápoles, colocó su Nacimiento en el palacio del Buen Retiro, donde se alojaba la familia real, introduciendo e inaugurando lo que, sin tardar, habría de ser un clásico durante las fiestas navideñas. Tal fue la repercusión y la acogida de este primer Belén que enseguida fue imitado por la nobleza y el pueblo, penetrando en la sociedad española esta costumbre sin hacer distinción entre las clases sociales. Todas gustaban de esta nueva moda que acabó siendo una de las tradiciones más arraigadas en las fiestas navideñas de cualquier familia española.

De Madrid no le gustó ni la ciudad, ni sus gentes, ni el tiempo de la capital, ni el palacio del Buen Retiro, donde se albergaba, incómodo y con las instalaciones anticuadas y deterioradas, pues aún no habían finalizado las obras del palacio Real; nada era de su gusto, salvo el impresionante edificio herreriano, mandado construir por Felipe II en El Escorial.

La salud de la reina Mª Amalia se resiente con facilidad; la fatiga y el cansancio la hacen desfallecer muy a menudo, contribuyendo a su empeoramiento tanto la gula y la fruición con la que comía, como su adicción al tabaco, sin olvidar la sucesión de partos, sin descanso, que había sufrido. Ante su precario estado de salud, la corte se desplaza el 26 de julio de 1760 a La Granja, para intentar, con sus aires, fortalecer y animar a una reina que nunca se encontró a gusto en España.

El estado de la reina se agrava, empeorando con los fríos y aguas de aquel fin de verano que debilitaron y afectaron aún más a su maltrecho aparato respiratorio. El 11 de septiembre de 1760, un año después de haber sido proclamada reina, se decide regresar a Madrid. Tras un penoso viaje, la soberana se meterá en cama y ya no se levantará jamás. Una vieja afección pulmonar, unida a otra hepática, la llevarán a la tumba.

María Amalia de Sajonia, la reina que jamás hizo nada por amoldarse al país donde reinaba, no tuvo mucho tiempo para renegar de todo lo español, ya que falleció el 27 de septiembre de 1.760. Ni tan siquiera la presencia del cuerpo de San Isidro en sus habitaciones, hasta donde se hizo llegar, por orden expresa de su devoto y enamorado esposo, Carlos III, para que obrara el milagro, pudo salvarla de su triste destino.

Al morir, a la edad de treinta y cinco años, no se había molestado aún en intentar aprender la lengua del país en el que reinaba, ni había hecho ningún esfuerzo por integrarse.

“Para acostumbrarme a este país creo que no bastaría toda mi vida.”

Su mayor legado fue habernos dejado la tradición navideña del Nacimiento.

Juan Francisco Quevedo

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18 respuestas a LA REINA QUE ARMÓ EL BELÉN-Juan Francisco Quevedo

  1. Ana Maria Reviriego dijo:

    Conocía que este rey, Carlos III, había traído de Napoles el Belén, siempre he oído, que fue Carlos III, como siempre la historia, se conformó con lo más fácil, divulgar que El Rey Carlos lo trajo de Italia. Pero ahora resulta que fue su mujer, que por hecho de ser mujer, habría que haber explicado, que era esposa de…y así de fácil fueron eliminando a las mujeres de la Historia, de los descubrimientos, de los estudios, de las investigaciones, ni tan siquiera destacamos como modistas, cocineras o peluqueras, siempre los de la más alta costura, la más alta cocina y la peluquería más refinada, fueron modistOs, cocinerOs y peluquerOs.

    De esta manera fueron eliminando ejemplos, referentes para las siguientes generaciones y todo nos ha costado a las mujeres no doble, triple trabajo.

    Gracias Francisco por acercarnos a esta reina Amalia protestona y de carácter propio.

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  2. lurda55 dijo:

    Curioso y gracias por darlo a conocer. Feliz año amigo!

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  3. Stella dijo:

    Un buen año el 2017 y un fuerte abrazo!

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  4. Muchas gracias, Juan, por compartir este apropiado y entretenido relato.
    Feliz Año.
    Un saludo,
    Livia

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  5. romgonru dijo:

    Una historia muy interesante. Gracias, compadre, por compartirla con todos nosotros. Te deseo lo mejor.

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  6. antoncaes dijo:

    Interesante historia, por eso dice el refrán que no hay mal que por bien no venga. 🙂 Feliz Año nuevo Juan F. Un abrazo.

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  7. Bonito e histórico relato, muy apropiado, se puede decir que a Mª Amalia de Sajonia, le gustaba «montar el Belén» a todas horas. Muchas gracias Juan por compartir tus siempre amenos relatos.
    ¡Felices Fiestas!

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